Thief Análisis

Cuando uno piensa en capuchas e infiltración, se corre el peligro de ir de cabeza a lo que es Assassin's Creed, y parece que a Eidos le pasó un poco eso: estuvieron a punto de convertir a Garrett, el maestro ladrón, en un aspirante a asesino trepa muros de frases lapidarias, pero el público, afortunadamente, está ahí para parar los pies a la mínima que se escucha un rumor sobre algo que no le gusta. Bendito (y maldito) sea.

Thief recoge un legado complicado

Las decisiones del estudio con el juego, por fortuna, han sido más o menos correctas. Por ejemplo, todo está lleno de sombras y oscuridad: no se ve un pijo en este juego, y eso es bueno, porque cuanto más se parezca a Deadly Shadows, mejor. El desplazamiento es muy cuestionable, es algo assassinscreedesco, pero nos vale. Y Garrett no puede liarse a mamporros con el personal sin morir a los dos golpes. Es decir, este es un juego de silencio e infiltración, y nada más. Ah, y de robar, de robar mucha pasta.

Esto es con lo que nos conformábamos la mayoría, pero Eidos Montreal ha salvado el tipo mejor de lo que pensábamos: estamos ante un digno sucesor de trabajos pasados con concesiones justitas a la modernidad y con un montón de opciones de configuración que lo pueden convertir en un juego de instintos y percepciones o en una aventurilla pasillera para todos los públicos. Y es que lo de usar la visión de detective de Batman no es obligatorio, amigos periodistas y críticos de tres al cuarto. Sin acritud.

Thief no es Dishonored

Thief no aguanta, sin embargo, la comparación con Dishonored, por ejemplo, porque ningún Thief lo haría. Si queréis comparar Dishonored con algo, hacedlo con Deus Ex. Los Thief originales siempre fueron juegos pausados, de rutas, de estudiar y gestionar a tu personaje, de aguantar una posición hasta que los astros (los guardas) se alinean… y de pronto saltar a la acción y que te dé un subidón de adrenalina porque todo sale bien. Eso sigue presente en este juego, y la condena al más mínimo error también.

Es una lástima que el salto automático le quite algo de la magia de los anteriores, si bien el mover cuerpos de forma lastimera sigue igualito que siempre. Sigh. Al menos, en el tiempo que inviertes en apagar velas, luces, mirar cajones con miedo de que te pille el guarda y, qué puñetas, la carga y recarga de partida para hacer la partida perfecta; en ese tiempo, te diviertes mucho. Si se le pide otra cosa a Thief, evidentemente, vas a sentirte decepcionado.

Cada maestrillo tiene su librillo

Esto de explorar el entorno y divertirse haciéndolo se traslada, como siempre ha hecho, a las misiones, a conseguir información, a encontrar el botín más valioso y que menos salta a la vista, etc. Aunque el comportamiento de los guardas es muy básico y hay muchas notas de sonido excesivas para avisarte de que hay algo cerca, esta dinámica sigue funcionando bien y sabe conferir un ritmo a la historia, que no vamos a detallar porque no tiene mucha importancia ni sentido. Es mala, vamos, tan mala como la verborrea que, por defecto, tiene Garrett. Es lo primero que desactivamos.

Thief te obliga a atacar cabos como pocos juegos, no es de los que te anotan una clave para una caja fuerte en un papel en un cajón, sino que te hace pensar en los datos escritos y te hace inferir la combinación por eliminación o haciendo una suma sencilla. Y así es como vas retratando toda la historia y la atmósfera de este grisáceo mundo en el que te encuentras.

Las misiones secundarias son, básicamente, robos que haces tú porque quieres, porque eres un ladrón en busca de dinero para mejorar tus herramientas. Son las más dinámicas y abiertas, sobre todo en comparación con las principales, que casi convierten el juego en una línea llena de clichés y cuestiones demasiado parecidas a otros juegos. Aquí también hay una plaga, sigh. Por mucho que existan varias formas de realizarlas, no son tan variadas ni complejas como uno se esperaría. Y el énfasis cinematográfico le sienta como una patada en los huevos a un juego como este, donde la magia está en lo que no se ve.

El toque clásico

Por fortuna, sigue habiendo una buena cantidad de puzzles. Y con esto, me refiero a que hay una ingente cantidad de sitios en los que colarse mediante estratagemas de todo tipo y con libertad suficiente para sentirse inteligente y no llevado por el juego. La historia nos va arrastrando a todas y cada una de ellas, pero una vez estás metido en el ajo, el juego funciona como siempre hizo. No hay ningún The Cradle, pero el listón se mantiene alto.

El juego muestra unos puzzles bastante bonitos pese a sus limitaciones, que son más culpa del Unreal Engine 3, que no puede con la nueva generación, que del juego y su diseño en sí. La luz cumple con su cometido fundamental del juego: crear sombras, y aunque la penumbra no es la misma que en anteriores juegos ni tan abundante como exige la jugabilidad del juego, está bien presente cuando se la necesita.

Los años pesan, en un sentido y en otro

Thief tiene un legado que no podemos ignorar, y es normal compararlo. Y aunque hemos sido justos con ello, porque los tiempos cambian, hay cuestiones inexcusables como su mala historia o sus personajes poco carismáticos. ¿Eso arruina en algún momento el silencio de la infiltración y el miedo a ser descubierto? Si configuras el juego un poco a tu gusto, no, para nada, todo lo contrario: Thief puede ser un juego de infiltración pura y dura, inflexible e implacable. Y con eso nos quedamos nosotros: con los robos, con las mansiones que son grandes puzzles por los que te mueves y con los guardas que te pillan sin que te enteres.